Apenas
recuerdo el momento exacto, ese instante en el cual fue el blanco de
mis intenciones, o tal vez mienta…
Nos
conocíamos, o eso creo. Hacía tiempo, mucho tiempo que no observaba
aquellos ojos tan cerca, tan vivos, tan míos.
Aquel
día, o mejor dicho, aquella noche, nos encontramos por casualidad,
azar, yo salía con unas amigas, a festejar, nadie sabe el qué, y
él…quién sabe que maravillosa casualidad lo cruzó conmigo. El
caso es que nuestros pasos dieron al mismo lugar en el mismo
instante, tengo que admitir que por torpeza, yo caminaba con la mente
en otros lares mientras sonaba la música cuando tropecé con
alguien, inmediatamente me asusté y me di prisa en pedir perdón,
cuando levante levemente la vista y me quedé completamente muda,
momificada, como si de un fantasma se tratase. Mis ojos no tardaron
en reflejar lo que me corría por las entrañas, él también se
quedó inmóvil, dudoso de lo que le mostraban sus ojos. Perdón,
tartamudeé, mientras una media sonrisa vergonzosa asomaba en mis
labios y mis ojos se tornaban brillosos. Sonrió, ampliamente, esa
sonrisa que sólo él tiene, pícara, sensual, irresistible… Le
sonreí, esta vez de verdad, como solo él merece que le sonrían,
nunca me esperaría esa reacción, sobre todo después de tanto
tiempo. Le ofrecí mi mano, para vacilar, como el día en que nos
vimos por vez primera, y él, exactamente como pasó entonces, se
abalanzó sobre mí, besándome con fervor, con su mano derecha
agarrándome la cintura y su mano izquierda sosteniéndome la nuca,
y, aunque fuese la segunda vez que lo hacía, me sorprendió todavía
más que la primera, por un segundo me torné como el hielo, de
hecho, un escalofrío me recorrió entera, y solo cuando éste
recorrió cada rincón de mí, reaccioné. Lo besé como si el mundo
se acabase en aquel preciso instante, sin pensar en nada más, lo
rodeé con mis brazos y me dejé llevar, era como si nos estuviésemos
alimentando el uno del otro, le mordisqueé el labio inferior
recordando que lo volvía loco. Se separó unos centímetros,
mientras se mordía el labio y me observaba. Transmitían tanto
aquellos ojos…los dos sonreímos a la vez mientras se acercaba a mi
oreja y me susurró algo que apenas recuerdo, pero que hizo
desvanecer la cordura. De ese instante solo recuerdo que salimos de
allí sin decir nada, nada más importaba.
Una
vez estuvimos en la calle, lo suficientemente alejados del resto de
la gente, me acorraló contra la pared, sosteniéndome el rostro
utilizando ambas manos con suma delicadeza, como una caricia, me
volvió a besar, esta vez fue distinto, fue el beso más dulce que me
han dado en la vida. Me abrazó, como se abraza a un pequeño
asustado, un abrazo consolador, parecía como si con aquel gesto me
quisiera pedir perdón por su ausencia. Sabía que no le reprocharía
nada, pero sobre todo, sabía que entendía sus silencios, él es de
esas personas que incluso cuando calla, transmite tanto...
Me
agarró de la mano sin dejar de mirarme a los ojos, sonriéndome, no
sabía a dónde nos dirigíamos, pero, a decir verdad, tampoco me
preocupaba. Hablar sería menospreciar aquel maravilloso silencio, y
por nada del mundo lo haríamos, nada que se pudiera decir era más
importante que lo que entre nosotros sucedía en aquel momento.
Caminamos un buen trecho, parando para recordar el sabor de nuestros
labios hasta que llegamos a un portal, donde nos detuvimos y me
invitó a sentarme a su lado, entonces habló. Charlamos un rato, nos
pusimos al día, recordamos viejos y buenos tiempos, nos reímos a
carcajadas y nos percatamos de que no todo había cambiado como
imaginábamos. Me hizo un gesto con la cabeza, miré hacia atrás y
me di cuenta de que vivía allí, sonreí y acepté, la noche
comenzara a refrescar, estaríamos mejor al abrigo.
Una
vez entramos me ofreció una copa, por supuesto, acepté, él se
sirvió otra mientras yo miraba nerviosa hacia todos lados, se acercó
a la mesa, dejó las bebidas y vino hacia mí.- Tranquila- me
susurró- estamos solos. Mientras, me quitaba el abrigo para
colgarlo, me agarró por detrás besándome en la mejilla y me invitó
a sentarme. Me ofreció algo de comer, y aún negándome, se puso a
preparar pasta, con un montón de especias, ya verás como te
encanta, me dijo.
No
podía creer que estuviese pasando, llevaba años sin verlo, y de
repente, estaba a unos metros de mi, haciéndome de comer a las siete
de la mañana, era totalmente surrealista. En este tiempo pasaron
mil cosas, perdimos contacto, lo recuperamos más tarde, pero siempre
volvía a desaparecer, quizá fue eso lo que hizo que nunca me
cansara, siempre me alegraba de hablar con él, hubiesen pasado 4
horas o 7 meses de la última conversación, la confianza nunca se
desvaneció, por eso era tan especial. La nuestra era una relación
indescriptible, atemporal, más hablada que vivida. Por eso las
poquísimas veces que nos vimos fueron tan especiales, y esta vez,
presentía que sería la más especial de todas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario