Había atravesado el umbral del sueño
cuando un leve sonido me hizo volver, era él, otro corcel sin dueño
que en mitad de la noche ofrecía placer. “¿me recibe usted en su
cama?” dijo, y yo contesté, “¿Qué insolente caballero seduce
así a una mujer?” “No busco seducirla, señorita, ya sabe usted,
un deleite mutuo, con mucho gusto le vengo a ofrecer”. No pude
negarme a tan buen ofrecimiento y acepté. Disipé la neblina que
había en mis ojos, perfumé mi piel y esperé. Al rato una llamada
interrumpió mi calma, y contesté. Era mi insolente caballero, con
su hablar exquisito me decía “ven”. Sin dudarlo fui en su busca
y lo guié, él me besó los labios y aún con sorpresa, no dudé en
corresponder.
Gran fue mi asombro cuando los nervios
me penetraron la piel, hablar entrecortado, trago de licor y verle a
él. Su torso desnudo y su sonrisa pícara hacían latir mi sien. De
pronto, un suspiro acelerado me atrajo a sus pies. Labios jugosos,
lengua invasora y sus manos en mi piel. Adiós señorita cordura,
bienvenido sea, señor placer.
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