Reducir la distancia entre su rostro y
las yemas de mis dedos, tenerle delante, justo enfrente, a
centímetros, levantar las manos y sostenerle la cara, acariciarle
cada rincón admirando sus maravillosos ojos verdes clavados en mí,
hacer cualquier cosa con tal de que me regale una sonrisa. Seguir la
línea de su oreja, bajar por el cuello, introducir los dedos
suavemente bajo el cuello de su camiseta y acariciarle el pecho,
besarle dulcemente la comisura de los labios, sostener su labio
inferior entre los míos y apoyar mi nariz contra la suya, sonreír.
Ser verdaderamente feliz por sentir el contacto de su piel. Sostener
su mentón con los dedos índice y pulgar, elevar su rostro hasta que
su cuello queda totalmente expuesto, acercar mi nariz a la parte más
alta de su mandíbula y aspirar profundamente, sentir la fragancia de
su piel, embriagarme con su aroma. Besarle, besarle una y otra vez
dejando atrás una senda de mimos por sus clavículas, sentir su
respiración, ligeramente acelerada, sonreír. Posar una mano en su
pecho, sentir su corazón, percibir como la savia recorre su cuerpo.
Mirarle a los ojos de nuevo, comunicarnos así, con silencio,
acariciar sus labios y luego besarlos, sin prisa, tiernamente, sin
pausa, como una brisa que provoca un dulce escalofrío, recorriendo
cada rincón de nosotros, como si de un solo ser se tratara. Siento
su temor, brota por cada poro de su piel, de su maravillosa piel.
Acerco mis dedos a su nuca jugueteando en el nacimiento del cabello,
le sonrío, una sonrisa tranquilizadora que busca ser correspondida,
y lo es. Nos fundimos en un abrazo, fuerte, alentador, inspiro
profundamente, arrebatándole su esencia que en parte ya me
pertenece, podría morirme ahora mismo, entre sus brazos, dudo que
haya mejor lugar en el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario