viernes, 16 de agosto de 2013

Mi lugar en el mundo.

Reducir la distancia entre su rostro y las yemas de mis dedos, tenerle delante, justo enfrente, a centímetros, levantar las manos y sostenerle la cara, acariciarle cada rincón admirando sus maravillosos ojos verdes clavados en mí, hacer cualquier cosa con tal de que me regale una sonrisa. Seguir la línea de su oreja, bajar por el cuello, introducir los dedos suavemente bajo el cuello de su camiseta y acariciarle el pecho, besarle dulcemente la comisura de los labios, sostener su labio inferior entre los míos y apoyar mi nariz contra la suya, sonreír. Ser verdaderamente feliz por sentir el contacto de su piel. Sostener su mentón con los dedos índice y pulgar, elevar su rostro hasta que su cuello queda totalmente expuesto, acercar mi nariz a la parte más alta de su mandíbula y aspirar profundamente, sentir la fragancia de su piel, embriagarme con su aroma. Besarle, besarle una y otra vez dejando atrás una senda de mimos por sus clavículas, sentir su respiración, ligeramente acelerada, sonreír. Posar una mano en su pecho, sentir su corazón, percibir como la savia recorre su cuerpo. Mirarle a los ojos de nuevo, comunicarnos así, con silencio, acariciar sus labios y luego besarlos, sin prisa, tiernamente, sin pausa, como una brisa que provoca un dulce escalofrío, recorriendo cada rincón de nosotros, como si de un solo ser se tratara. Siento su temor, brota por cada poro de su piel, de su maravillosa piel. Acerco mis dedos a su nuca jugueteando en el nacimiento del cabello, le sonrío, una sonrisa tranquilizadora que busca ser correspondida, y lo es. Nos fundimos en un abrazo, fuerte, alentador, inspiro profundamente, arrebatándole su esencia que en parte ya me pertenece, podría morirme ahora mismo, entre sus brazos, dudo que haya mejor lugar en el mundo.



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