Entramos en aquella cafetería sin
saber lo que nos esperaba, nos acercamos a la barra, Él pidió un
café, yo un té. Me guió al fondo del local, había una mesa con un
sofá a cada lado, nos sentamos juntos, por supuesto, ya habíamos
pasado separados demasiado tiempo. -Te gusta?- Preguntó- Quería
traerte a un sitio tranquilo. Yo no respondí, sonreí ampliamente y
miré a mi alrededor observando la cuidada decoración del lugar, era
realmente acogedor. Nos miramos a los ojos, observándonos el alma y
todo fluyó. Comenzó a hablar, hablar de verdad, no como lo había
hecho antes. Yo no podía parar de sonreír, más con el alma que con
el rostro. Me lo estaba diciendo todo, todo lo que había callado en
los últimos años. Observaba la derrota en sus ojos, su rostro
estaba apagado, su mirada era triste, no era la que yo recordaba. De
pronto sentí unas ganas imperiosas de besarle, las tuve desde que lo
vi, pero ahora era distinto. No quería verle así, lamentándose de
todo lo que había hecho mal, yo ya lo había perdonado, siempre lo
hice y siempre lo haré. Me incliné hacia Él, y le besé los
labios, un beso consolador, un beso de perdón, el beso más dulce
que di en mi vida, tan dulce que me dolió, sentí miedo, tanto miedo
que entonces fui yo la que habló:
- Antes de que hubieras hecho algo yo
ya te había perdonado, pero, no se puede vivir así, no puedo
aguantar que aparezcas y desaparezcas a tu antojo. No puede ser que
reaparezcas justo después de que me haya resignado a no verte más y
luego te vallas repitiendo la historia una y otra vez. Mil veces he
pensado que esto sólo existía en mi cabeza, que era imposible
quererte tanto incluso cuando no estás. Que te recuerde cada vez que
algo me sale mal, y me pregunte una y otra vez qué hubiese pasado si
no desaparecieras. Han pasado cinco años, nos hemos visto cinco
veces, hemos estado uno frente al otro cinco veces en nuestra vida,
nadie entendería esta locura, a veces ni yo misma la entiendo.
Otras, sin embargo, me lo planteo y me doy cuenta de que yo no me
enamoré de tu presencia, sino de tus ganas de vivir, de tu energía,
me enamoré de mí cuando estoy contigo, me prendé de tus palabras,
de tus ideas, de tus ganas de cambiar el mundo y del brillo de tus
ojos cuando me miras. Todo ello hizo que no te olvidase en este
tiempo, todo ello hizo que me plantease el hecho de que seas “Él”.
Podemos pasar sin vernos años, podemos pasar meses sin hablar o sin
saber el uno del otro, sin embargo no nos hemos olvidado, sin embargo
cuando estamos juntos es como si el tiempo no existiese, como si no
hubiese pasado, me siento como aquella diecisieteañera que hubiese
abandonado todo por cambiar el rumbo del mundo a tu lado. ¿sabes?
Ahora mismo se podría ir todo a la mierda, podrían empezar a llover
meteoritos ahí fuera que me daría igual, estoy contigo y me basta,
¿entiendes? En ocasiones me duele la idea de pensar que significas
tanto. Me duele la idea de que no sea lo mismo para ti, nunca me
atreví a enfadarme por temor a que desaparecieses para siempre. Aún
cuando tenía ganas de decirte tantas cosas que no dije por miedo a
quedar como una imbécil. A pesar de todo esto, me alegra saber que
estas aquí, conmigo, me complace el ver esos ojos verdes clavados en
los míos, escuchándome con atención y lamentándose cada palabra
que pronuncio. Te he perdonado cada ausencia incluso antes de que se
produjese, pero por favor, por favor te pido que no te vallas, no
desaparezcas otra vez...
Fue entonces cuando la primera lágrima
recorrió mi mejilla, dando paso a un río tras ella. La verdad, no
estaba segura de poder soportar otra huída, me aterrorizaba pensar
que esta vez sería igual y no podía permitirlo, mis ojos inundados
en lágrimas le rogaban que dejase de hacerse el fuerte. Me enamoraba
su mirada clavada en mí mientras yo hablaba, pero si hubo algo de él
que me enamoró ese día, fue cuando las lágrimas asomaron. Se
acercó a mí despacio, me sostuvo la cara limpiándome las lágrimas
con los pulgares y me besó el lugar por donde habían pasado. No
hizo falta más. Ahí estaba, delante mía besándome las lágrimas y
diciéndome que él no se las merecía.
- No te merezco, no me merezco que me
beses, no me merezco que quieras hacerlo. Además, no besas como se
besa a una persona con la que te vas a acostar esa noche, hay
sentimiento, y eso duele. Me lamento de muchas cosas, pero lo que más
siento, es haberte tratado así. Yo no puedo estar con nadie, no todo
es tan bonito como parece, tengo un carácter muy complicado, me
enfado y las pago con quien menos lo merece, como tú. No podríamos
estar juntos, no sabría hacerlo, no quiero hacerte daño, tengo
miedo, por eso siempre desaparezco, soy un cobarde. Te admiro sabes?
Tú eres la valiente, no yo, supiste coger las riendas de tu vida y
cambiar aquello con lo que no estabas a gusto, por difícil que
fuese. Se te ve bien, con energía, con ganas de vivir, con esa
sonrisa, joder, estas preciosa!
Yo no soy tu “Él” solo soy una
persona que de vez en cuando te recuerda lo que vales.
No podía parar de sonreír, sonreír y
llorar a un tiempo. Me alegraba el hecho de escuchar todo aquello de
su boca, pero me dolía que creyese que no es “Él”. Yo sé que
siente lo mismo que yo, ambos tenemos el mismo miedo, miedo al
rechazo o incluso miedo a que las cosas salgan bien y no saber
mantenerlo, miedo a que se acabe, miedo a perder el control de la
situación.
A partir de ahí no pudimos dejar de
besarnos, besos dulces, besos con el alma, besos inocentes en la
mejilla, besos protectores en la sien, besos tontos en la punta de la
nariz y besos profundos que devoran las entrañas.
Mientras, las tazas llenas se helaban
en la mesa.

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