viernes, 16 de agosto de 2013

Disculpa, ¿podemos hablar?

Entramos en aquella cafetería sin saber lo que nos esperaba, nos acercamos a la barra, Él pidió un café, yo un. Me guió al fondo del local, había una mesa con un sofá a cada lado, nos sentamos juntos, por supuesto, ya habíamos pasado separados demasiado tiempo. -Te gusta?- Preguntó- Quería traerte a un sitio tranquilo. Yo no respondí, sonreí ampliamente y miré a mi alrededor observando la cuidada decoración del lugar, era realmente acogedor. Nos miramos a los ojos, observándonos el alma y todo fluyó. Comenzó a hablar, hablar de verdad, no como lo había hecho antes. Yo no podía parar de sonreír, más con el alma que con el rostro. Me lo estaba diciendo todo, todo lo que había callado en los últimos años. Observaba la derrota en sus ojos, su rostro estaba apagado, su mirada era triste, no era la que yo recordaba. De pronto sentí unas ganas imperiosas de besarle, las tuve desde que lo vi, pero ahora era distinto. No quería verle así, lamentándose de todo lo que había hecho mal, yo ya lo había perdonado, siempre lo hice y siempre lo haré. Me incliné hacia Él, y le besé los labios, un beso consolador, un beso de perdón, el beso más dulce que di en mi vida, tan dulce que me dolió, sentí miedo, tanto miedo que entonces fui yo la que habló:
- Antes de que hubieras hecho algo yo ya te había perdonado, pero, no se puede vivir así, no puedo aguantar que aparezcas y desaparezcas a tu antojo. No puede ser que reaparezcas justo después de que me haya resignado a no verte más y luego te vallas repitiendo la historia una y otra vez. Mil veces he pensado que esto sólo existía en mi cabeza, que era imposible quererte tanto incluso cuando no estás. Que te recuerde cada vez que algo me sale mal, y me pregunte una y otra vez qué hubiese pasado si no desaparecieras. Han pasado cinco años, nos hemos visto cinco veces, hemos estado uno frente al otro cinco veces en nuestra vida, nadie entendería esta locura, a veces ni yo misma la entiendo. Otras, sin embargo, me lo planteo y me doy cuenta de que yo no me enamoré de tu presencia, sino de tus ganas de vivir, de tu energía, me enamoré de mí cuando estoy contigo, me prendé de tus palabras, de tus ideas, de tus ganas de cambiar el mundo y del brillo de tus ojos cuando me miras. Todo ello hizo que no te olvidase en este tiempo, todo ello hizo que me plantease el hecho de que seas “Él”. Podemos pasar sin vernos años, podemos pasar meses sin hablar o sin saber el uno del otro, sin embargo no nos hemos olvidado, sin embargo cuando estamos juntos es como si el tiempo no existiese, como si no hubiese pasado, me siento como aquella diecisieteañera que hubiese abandonado todo por cambiar el rumbo del mundo a tu lado. ¿sabes? Ahora mismo se podría ir todo a la mierda, podrían empezar a llover meteoritos ahí fuera que me daría igual, estoy contigo y me basta, ¿entiendes? En ocasiones me duele la idea de pensar que significas tanto. Me duele la idea de que no sea lo mismo para ti, nunca me atreví a enfadarme por temor a que desaparecieses para siempre. Aún cuando tenía ganas de decirte tantas cosas que no dije por miedo a quedar como una imbécil. A pesar de todo esto, me alegra saber que estas aquí, conmigo, me complace el ver esos ojos verdes clavados en los míos, escuchándome con atención y lamentándose cada palabra que pronuncio. Te he perdonado cada ausencia incluso antes de que se produjese, pero por favor, por favor te pido que no te vallas, no desaparezcas otra vez...

Fue entonces cuando la primera lágrima recorrió mi mejilla, dando paso a un río tras ella. La verdad, no estaba segura de poder soportar otra huída, me aterrorizaba pensar que esta vez sería igual y no podía permitirlo, mis ojos inundados en lágrimas le rogaban que dejase de hacerse el fuerte. Me enamoraba su mirada clavada en mí mientras yo hablaba, pero si hubo algo de él que me enamoró ese día, fue cuando las lágrimas asomaron. Se acercó a mí despacio, me sostuvo la cara limpiándome las lágrimas con los pulgares y me besó el lugar por donde habían pasado. No hizo falta más. Ahí estaba, delante mía besándome las lágrimas y diciéndome que él no se las merecía.
- No te merezco, no me merezco que me beses, no me merezco que quieras hacerlo. Además, no besas como se besa a una persona con la que te vas a acostar esa noche, hay sentimiento, y eso duele. Me lamento de muchas cosas, pero lo que más siento, es haberte tratado así. Yo no puedo estar con nadie, no todo es tan bonito como parece, tengo un carácter muy complicado, me enfado y las pago con quien menos lo merece, como tú. No podríamos estar juntos, no sabría hacerlo, no quiero hacerte daño, tengo miedo, por eso siempre desaparezco, soy un cobarde. Te admiro sabes? Tú eres la valiente, no yo, supiste coger las riendas de tu vida y cambiar aquello con lo que no estabas a gusto, por difícil que fuese. Se te ve bien, con energía, con ganas de vivir, con esa sonrisa, joder, estas preciosa!
Yo no soy tu “Él” solo soy una persona que de vez en cuando te recuerda lo que vales.

No podía parar de sonreír, sonreír y llorar a un tiempo. Me alegraba el hecho de escuchar todo aquello de su boca, pero me dolía que creyese que no es “Él”. Yo sé que siente lo mismo que yo, ambos tenemos el mismo miedo, miedo al rechazo o incluso miedo a que las cosas salgan bien y no saber mantenerlo, miedo a que se acabe, miedo a perder el control de la situación.
A partir de ahí no pudimos dejar de besarnos, besos dulces, besos con el alma, besos inocentes en la mejilla, besos protectores en la sien, besos tontos en la punta de la nariz y besos profundos que devoran las entrañas.


Mientras, las tazas llenas se helaban en la mesa.

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