Temía olvidar, temía que llegara un momento
en el cual no pudiese recordar aquellos maravillosos instantes,
aquellas maravillosas personas que estuvieron a su lado pero por un
motivo u otro ya no se encontraban ahí.
Y aquel temor atroz al olvido se apoderaba de
su mente cada noche, en cuanto intentaba conciliar el sueño, su
subconsciente se esforzaba incomprensiblemente por no olvidar
aquellos rostros, cada noche era un tormento. O quizás eran aquellos
sueños los que la salvaban de caer presa de la demencia.
Vivía en un círculo enfermizo de monotonía,
junto a la persona equivocada, en un lugar ajeno a ella.
La misma persona equivocada que hacía cuestión
de dos años le prometía la luna, y ella, incrédula y temerosa se
dejó llevar sin ser consciente de lo que le deparaba el futuro junto
a aquel ser. Lo entregó todo, quiso hacerlo lo mejor que sabía,
quería dejar a un lado los romances de plástico y probar qué se
sentía al dejarse llevar, pronto lo descubrió... Miedo, un horrible
temor se apoderaba de sus huesos al pensar que aquel hombre había
explotado su burbuja, que la había dejado totalmente desnuda y
desvalida ante él. Ella siempre le tuvo un miedo atroz al
compromiso, a toparse con el ser equivocado y salir malparada,
entonces, había decidido protegerse de ello. Hasta que se dio cuenta
de que en su vida faltaba algo, era un vacío extraño.
Una imperiosa necesidad de ser querida, de
sentirse respaldada. Algo que los que hasta entonces eran sus amantes
de juguete, no podían, o no querían, llenar. En un principio, pensó
que él sería uno más, de hecho, no era más que un capricho, un
nuevo reto, nada especial. Apenas se asemejaba a las personas con las
que ella solía intimar. Era un ser paupérrimo, no económicamente,
sino en su interior, era un ser que pedía a gritos ser “rescatado”
de aquel mundo de excesos y una sedante monotonía.

